POR Nicole Marin
Si hay algo que me molesta y me decepciona de mis amigos y familiares es cuando me hago de un tiempo para verles y no se despegan del celular.
Soy joven y sociable igual que la mayoría de la gente que conozco, me gusta y disfruto de las bondades de la tecnología. Eso sí, no formo parte de los que necesitan actualizar su equipo cada tres meses,- eso no-, más bien siempre figuro como rezagada en ese ritual consumista.
Pero es verdad y nadie duda de esto: la tecnología es un gran avance de la modernidad y si que ayuda, nos permite estar conectados y ahorrar tiempo en un sin fin de actividades. Hoy me sorprendo al ver como mi abuelo –al que le enseñé a prender el computador- es capaz de pagar todas sus cuentas a través de Internet.
Aprecio lo que los avances de esta ciencia han aportado al desarrollo de la libertad de expresión y acceso a la información. Sin embargo, es el mal uso lo que me entristece y considero preocupante. No es que crea que los celulares o el computador personal sean elementos perjudiciales o absolutamente negativos, pero el uso excesivo de estos afecta nuestras relaciones sociales y el mundo propio. Lo veo en mis compañeros de periodismo, pareciera que los resultados del campeonato de fútbol “x” que se comentan en twitter fuesen más importantes que la clase misma. Ni hablar de las reuniones, conciertos o hasta funerales, siempre hay un “adicto” al celular presente en estas ocasiones.
El estar “conectados” las 24 horas no es normal ni sano. Si se hace el ejercicio de observar a los demás es fácil distinguir en la sociedad una cada vez menor relación con el entorno inmediato. Hoy en día el primer objetivo social es sentirse reconocidos, valorados y deseados, el disfrutar de la soledad proyecta una imagen débil y poco atractiva.
Nadie quiere estar solo, pero así como la tecnología nos permite conectarnos con mucha gente, a la vez, estas relaciones virtuales hacen a menudo nos sintamos aislados. Pero ¿Es la soledad realmente algo malo? Las personas le temen a esos espacios de silencio, si alguien llega tarde a su cita, los minutos de espera se hacen horas y no pueden evitar sacar su móvil, incluso cuando este momento pudiese significar un espacio de reflexión innato.
Cada vez que noto la presencia de alguien que se sienta a leer solo en un lugar público, o va al cine sin compañía, o se sonríe mirando por la ventana de la micro, me alegro. Creo firmemente que todos ellos y ellas han ganado una gran batalla: lograr ser felices como seres sociales, pero también consigo mismos. ¿Será que la mayoría ha perdido esa capacidad? ¿Será acaso que nos atemoriza la reflexión y la construcción de nuestra identidad?
Los lazos verdaderos, el interactuar y el sentido de pertenencia a una comunidad poseen gran valor en nuestra vida, pero el conocerse a uno mismo es una parte vital para establecer positivas relaciones interpersonales y enriquecer nuestro mundo interior. La soledad puede ser una buena consejera porque, como dijo el filosofo francés Michel E. de Montaigne, “la soledad es un instante de plenitud”. No debiese existir ese miedo tan inmenso a pasar un tiempo a solas. El momento de encuentro con nuestro reflejo abre nuestra mente y nos hace crecer.
Todos tenemos algo especial que es nuestra esencia, pero para llegar a ella y revelar lo mejor de nosotros son necesarios estos espacios. Es importante traspasar a las nuevas generaciones este valor y no crear pánico en ese sentido. La verdadera soledad tiene relación con uno aún teniendo la casa llena de amigos el fin de semana. Basta de temer al silencio y a no poder salir de la casa sin el celular. Me ha pasado. Durante esos días me he sentido más libre y casualmente he recibido más abrazos que caritas felices.
Me gustó mucho, gran reflexión :).
Parece que no estoy tan solo.
no !